No existe el color sin la luz y no existe el sujeto sin ella. Cuando pones tus manos en forma de cuenco apoyada en un espejo mirando a través de el, a medida que te acercas, nuestro rostro cambia de color, se oscurece sin perder la forma, pero si el contraste. Obtiene una tonalidad cerrada, marcada por la fatiga de la intriga evaporando aún más tu silueta. Se unen dos sujetos en uno, el bienvenido y el encontrado intentando cambiar de ser.
 
¿Y quien es el encontrado si aún no sabemos quien ha venido?
 
 “ Desearía mirarme con las pupilas duras de aquel que más me odia, para que así el desprecio destruya los despojos de todo lo que nunca enterrará el olvido” Ángel González
 
Existe un deseo calculador de cambiar lo que somos, de encontrar otro ser dentro de uno que no conocemos del todo, el nuestro. La desigualdad social, el esquema efímero que cada uno plantea en su cabeza, calle o hábitat, dando como resultado el intentar ocultar lo que somos o parecemos ser. No siempre se tapa un color con el mismo, ni un sentimiento con el mismo. Algo sobre algo esta sometido, subrayado. Aunque intentes manchar o distorsionar la superficie siempre quedará ese color y ese ser. Quedará de forma extraña o aún más nítido el negro sobre negro. Quedará la historia en lo que tarda un parpadeo, una mirada de palabras, unos ojos que miran a una “mentira” en forma de manos y unas manos que intentan decirse la verdad, una espalda que llora, un color blasfemado.
 
“ … podría repetirte y repetirte, siempre la misma y siempre diferente, sin cansarme jamás de fuego idéntico, sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada” Ángel González
 
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