En el laberinto de calles y colores que es Monterrey, nos encontramos con la oportunidad, casi laberíntica, de reimaginar la gráfica de uno de sus festivales más prometedores. Como si fuéramos exploradores en una selva de pigmentos y formas, nos sumergimos en el universo de Chocotoy, ese lugar donde la estética colorida no es un simple trazo, sino una declaración de principios.
Nos invitaron, con la confianza de quien sabe que está entregando un tesoro, a intervenir en su gráfica pasada, esa que, aunque llena de historias y recuerdos, pedía a gritos una renovación. Nuestra misión era clara: insuflar un aire juvenil, uno que hablara el idioma del ahora, del palpitar de la gráfica contemporánea.
El personaje central del festival, ese que había sido testigo de tantas noches y melodías, se transformó bajo nuestros pinceles. Le dimos un nuevo aire, más limpio, más acorde al ritmo temporal, sin perder su esencia, esa que lo hacía único en su género. Incorporamos iconos característicos del contexto norteño, alejándonos de las gráficas de desiertos trillados y cactus sin sentido. Ahora, el cabrito, ese símbolo de tenacidad y sabor local, se convirtió en el referente de lo que significa hacer las cosas bien.
Estamos en el umbral de un 2024 que promete ser grandioso, preparándonos con la certeza de que este festival no solo será un encuentro de notas y voces, sino también un escaparate de una gráfica renovada, vibrante, que cuenta historias de un Monterrey que se reinventa a sí mismo, día tras día. En este juego de creación y recreación, cada trazo, cada color, es un paso más en este viaje sin fin hacia la belleza de lo efímero y lo eterno.
