EscribePablo Becerra Molina
Ilustra: Patricia Armada
Por los pelos
 
 
La doctora López está en su sofá viendo la TV. Lo único que quiere es ver su novela turca y olvidar el ajetreo laboral. Se acaricia sus piernas. El tacto del nylon la relaja. Se lleva una copa de Rueda a su boca. Un anuncio de un nuevo reality roba su atención. El teléfono fijo suena impertinente e interrumpe su relax. Ha pensado muchas veces en prescindir de él. Al final los únicos que la llaman al fijo son comerciales, y una que otra abuela equivocada. No sabe si cogerlo. Al final contesta con displicencia.
                –Hola.
 
                – ¿Doctora López?
 
                –Perdón pero en este horario…
 
                –Si lo sé, me lo dijo la rubita de la consulta pero es importante lo que le voy a contar. Qué bueno que la encuentro.
 
                La doctora López se acuerda de Nerea, la nueva becaria. “esa puta pringada”, piensa.
 
                –Disculpe señor…
 
                –Fuentes, el de la consulta del ambulatorio.
 
                –Como le comentaba señor Fuentes mis horarios…
 
                –Lo sé –interrumpe Fuentes–, pero es importante. No me va a creer pero el otro día volví del INEM. Como me había recomendado me puse a buscar algo que hacer con mi vida. Uno no puede estar toda la vida tirándose las bolas y dándole al frasco. No hay cuerpo que aguante. La cosa es que volví desanimado. Contra sus consejos, volví a mamar vidrio. Tenía una litrona en la nevera  y yo la miré y ella como que me miró. Y bueno, me la bebí para aclararme…
 
                –Correcto, pero como le decía –Interrumpe la Dra. Cifuentes– mis horarios…
 
                –Si sé sus horarios, supiera los míos antes de la baja. La cuestión doctora es que me puse contentillo tirando a melancólico. Me volvió ese bajón que usted me había dicho solo podría combatir con la medicación y la abstinencia. Si hasta suena linda la palabra. La cosa es que decidí hacer algo importante con mi vida: me afeité. Tenía una barba horrible que de puro flojo dejé que floreciera en mi cara. La cuestión es que me rasuré bien. Por aquí, por allá. Hasta que me pasé a llevar el lunar feo que tengo en el cuello. Ni le voy a contar lo que dolió.  Me comenzó a manar un hilito de sangre. Fui a la cocina y destapé un aguardiente que le compré a los paisanos. Me puse en la herida. Y bebí para el dolor. Y bueno… ahí ocurrió.
 
                –Me imagino –contestó la Dra. López.
 
                –No se imagina. Quedé pedo. Me fui al sofá y quede sobado. Cuando desperté, sentí como que me lamían. Como un gato mojado arrastrándose en mi cara. Desperté y vaya impresión: la cosa esta trataba de ahogarme. Espantado la cogí y la arrojé a la pared. La húmeda alimaña quedó estampada contra el muro. Luego cayó al suelo dejando en él muro una fea mancha. Mi sorpresa fue mayor cuando vi que la horrible cosa se movía como una obesa araña negra de mil jodidas patas. Le arrojé un zapato y la criatura lo esquivó con rapidez felina. Luego salió cagando leches para la cocina. Yo la seguí. Cogí la escoba aterrado y perseguí al condenado bicho.  Se escondió bajo el mueble de cocina. De pronto salió veloz y yo que le doy un escobazo. Quedó agilipollado. Cogí una fuente de cristal que había en el mueble y atrapé al monstruo. Hasta yo me asombré de mis reflejos.  Con decirle que las ratas enfermas tenían más gracia que el bicho aquel. Pesqué un libro de cocina y la puse sobre la fuente. Ahí quedó atrapada la cosa.
 
                La Dra. López quedó patitiesa. Cogió la copa de vino y se la bebió de golpe. Ya recordaba quién era el famoso Fuentes. Ella misma había pedido hace un tiempo que lo asignaran a otro colega. Era un caso perdido que se negaba a seguir el tratamiento y que no paraba de visitarla en la consulta.
 
                –Señor Cifuentes.
 
                –Fuentes doctora– interrumpió el sujeto.
 
                –Perdón señor Fuentes, como le comentaba mis horarios son estrictos y con respecto a su problema, en ocasiones la imaginación…
 
                –No doctora, no es imaginación. Como le decía. La cosa estaba atrapada en la cocina. Yo nervioso, no podía controlarme del miedo y asco que tenía. Cogí el aguardiente y le di un sorbo para coger valor. Y otro. Y creo que un par más. Luego, por lo que recuerdo. Cogí un mechero. Saqué la fuente y rocié al bicho con aguardiente. El bicho no se movía. Prendí el mechero y lo quemé. Salió un olor a pelo quemado. Ardió hasta quedar reducido a cenizas y porquería. Volví a beber aguardiente. Me emborraché sin quererlo. Desperté esta mañana en el sofá. Me fui al baño. Al mirarme en el espejo vi el problema: no tenía ni un pelo en el cuerpo. Nada. Ni en la cabeza, ni en el pecho, ni en la cara. Ni los testículos se salvaron. Era como un bebe gigante con panza cervecera. Me dije: Hostia, ahora sí que no tengo un pelo de tonto. Y ahí pensé que tenía que contárselo.
 
                –Ya.
 
                –Doctora, me conoció en un momento extraño de mi vida. Pero me he dado cuenta de que estoy enamorado de usted. De su persona y de su comprensión. Y he tenido que beber para confesárselo. Usted se ha convertido en una inspiración. En una burbuja de aire fresco en medio de esta cloaca llamada vida. Ahora no tengo pelos. Y no estoy muy guapo. Pero si usted me da una oportunidad…
 
                –Señor Fuentes, tengo que colgar. Y por favor no vuelva a llamar a este número. Hasta luego.    
           
                –Doctora…
 
                El tono del teléfono detonó el plan B de Fuentes. Cada sonido de él desgarraba su corazón. Gruesas lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro. Fue al baño, puso el tapón en la bañera y comenzó a llenarla. Cogió una hoja de afeitar. Su lampiño pecho terso era como una triste pradera de carne sembrada de feos e irregulares lunares. Toda la pena del mundo se concentró en él. La doctora López también estaba apesadumbrada. El protagonista de su telenovela había sido asesinado.
                Por un momento ambos corazones compartieron sentimientos similares. Aunque uno dejaba de latir mientras el otro seguía disfrutando de las bondades del vino blanco.    
"Por los pelos" de Orujo Sour
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"Por los pelos" de Orujo Sour

ESCRIBE: Pablo Becerra Molina ILUSTRA: Patricia Armada

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